Autor: Orlando Solano Bárcenas😎
Las redes sociales de hoy en día suelen caer en la facilidad del emoticón, una secuencia de caracteres ASCII que le hablan poco a la razón y mucho a la emoción (alegría, sonrisas, tristezas, furia, vergüenza). Ellos son emoción: más icono; gesto: más careta; amor: más besos a tutiplén. En fin, son abreviaturas de teléfonos más “inteligentes” que tal vez sus dueños o que sus “lectores”, a quienes solo les piden un giro de cabeza a la derecha (o a la izquierda, una diferencia nada sutil en estos días) para captar la profundidad del mensaje.
Algunos expertos han llegado a decir que los que se comunican mucho mediante emoticones piensan subconscientemente, porque solo les interesa tal vez lo instantáneo del “clic” en un mundo de rápidas obsolescencias. La Real Academia Española los percibe o cataloga como error cuando son usados para reemplazar palabras.
Sin embargo, en tiempos de una comunicación sin comunidad —como Byung-Chul Han describe el momento actual— y sin tiempo para narrativas enraizadas en procesos de consciencia avanzada, los emoticones asumen posiciones político-culturales. Unos son de corte occidental y otros de diferentes culturas, por ejemplo, del Asia Oriental (Japón, China, Corea del Sur). En cualquier caso, se caracterizan por no necesitar, ni siquiera, el giro de cabeza para la captación del “profundo” mensaje.
Con el avance del conocimiento de la psicología de las masas o de la pereza, han avanzado las categorías de los emoticones. Hoy, se clasifican ad infinitum en: clásicos, de humor, banderas, ocasiones especiales, diversión, deportes, meteorología, animales, alimentos, países, profesiones, planetas, zodiaco, bebés, etc. Están protegidos por los derechos de autor de EEUU y los sistemas de propiedad intelectual y hasta tienen un Directorio de Emoticones. Igualmente, son objeto de licencias y gozan de un Argot Internet. Para los “chateadores” son smiley, considerados casi siempre simbólicos de amistad.
Sin embargo, pese a lo divertidos que puedan parecer, nos alejan de la cultura que le dio al mundo lo mejor de la comunicación del pensamiento inteligente, laborioso y profundo del género Epistolar. Nos alejan en mucha parte de nuestra heredada cultura occidental grecolatina y judeocristiana y de sus extensiones en el curso de la historia.
Los emoticones tratan de reemplazar, por ejemplo, el género Epistolar paulino (Santiago, Judas, Pedro, Juan, San Pablo), con sus variantes de apostólico y apocalíptico, que se expresó a través de magníficas cartas que permitieron la comunicación entre remitentes y emisores de alto vuelo intelectual, con tiempo para un ocio creador de saberes éticos, filosóficos, religiosos, políticos, conspirativos, científicos.
Para los griegos el género epistolar fue rico en muchos sentidos, lo que les permitió dejar un amplio y notable corpus epistolar a través de la Academia de Platón y el Liceo de Aristóteles, continuadores de esa Escuela de Atenas tan estimulada por el gran Pericles (no en vano se conoce como “Siglo de Pericles” a este periodo de prosperidad para las artes, la cultura y sus diversas manifestaciones), donde se daba o impartía la paideía. Esta, es bien sabido, era un largo proceso de formación de ciudadanos ilustrados y entrenados para determinadas aptitudes o instrucción profesional. La meta era lograr formar ciudadanos perfectos o perfectibles, que engrandecieran Atenas. El medio era una enseñanza integral en los planos literario, de la retórica, la observación de la naturaleza y la filosofía. Naturalmente, sin olvidar la educación física y la artística. El fin de la paideía era, entonces, ser la base para la formación de hombres libres y mejores ciudadanos.
Este fue el propósito de Sócrates, enseñando la paideía en las calles de Atenas y en el gimnasio como el despertar a un ideal consciente de educación del ser hombre-ciudadano, culto, reflexivo, de buen hablar y mejor pensar. De estas enseñanzas salieron las grandes y numerosas escuelas de formación del platonismo, el aristotelismo, el escepticismo, el epicureísmo, el estoicismo y el eclecticismo. También las cartas de tantos escritores diligentes que se procuraban la inmortalidad por el legado de lo escrito, de lo transmitido.
Así lo hicieron los discípulos más cercanos a Platón y los subsiguientes discípulos como Espeusipo, Xenócrates de Calcedonia, Polemón, Crates de Triasio, Cajas, Crantor de Soli, Filipo de Opunte, Heráclides Póntico, Eudoxo de Cnido, Arquitas de Tarento, Demócrito, Anaxágoras, Empédocles, Parménides, Xenophanes, Filóstrato, Epicuro, Arcesilao de Pitana Carnéades, Filón de Larisa, Antíoco de Ascalón, Dion de Siracusa, los hermanos Pitón y Heráclides de Eno, Menedemo de Pirra, Calipo de Siracusa, el emperador Juliano, Basilio de Cesarea y Gregorio Nacianceno, Damascio el Diádoco, Proclo.
Toda una sociedad de intelectuales amantes del saber filosófico, matemático y astronómico. Pero, sobre todo, escritores de libros, poemas y cartas-tratados, una correspondencia de y entre sabios. Fueron mil años de enseñanza e investigación en Atenas (bebiendo profundamente de Egipto, de acuerdo con Enrique Dussel) que serían la base del sistema de educación que se impartiría posteriormente en las universidades europeas de la modernidad.
Aristóteles, el discípulo más destacado de Platón, también hizo escuela, luego de formar a Alejandro Magno. En su Liceo, aceptó numerosos extranjeros ávidos de seguir estudios en matemática, filosofía, ciencias de la naturaleza. En él se formaron geniales peripatéticos y despiertos observadores con ánimo de empíricos. Destacaron Teofrasto, Estratón, Hiparco, Calino, Demótimo, Demarato, Calístenes, Melante, Pancreón, Nicipo, Aristóxeno, Dicearco de Mesina, Demetrio de Falero, Eudemo de Rodas, Harpalus, Hefestión, Nicómaco, Neleo de Escepsis, los Ptolomeo, Andrónico de Rodas todos ellos escritores de cerca de diez mil rollos de papiro y seguramente de cientos de cartas enviadas a familiares, amigos y colegas. También, seguramente, respondidas con juicio, amor por el conocimiento y sin pereza alguna: el Maestro del Liceo les había enseñado que la educación es un proceso perpetuo.
Por otra parte, San Basilio, San Juan Crisóstomo, San Gregorio Nacianceno, San Gregorio de Nisa y demás Padres de la Iglesia de habla griega también dejaron un rico epistolario abundante en apuntes históricos, teológicos, filosóficos y hasta políticos. Uno de ellos —Demetrio— dejó un tratado sobre el estilo donde definió el género epistolar como un diálogo elaborado con estilo simple, claridad, brevedad, estructura flexible, uso de máximas y expresiones de amistad contrapuesto al género del discurso. Siempre, con adecuación al destinatario. En el fondeo, una preceptiva específica para la Carta —siguiendo a Cicerón— dirigida con respeto al destinatario y a su estamento social. Así lo recogerían la Patrística y la Escolástica; sin olvidar a la naciente burguesía, hastiada del castillo.
Durante la cristiandad latina desde la Antigüedad tardía (siglos IV al VIII), los monjes copistas eran los encargados de mantener el legado escrito de la Antigüedad. Su tarea principal consistía en copiar los códices y manuscritos. La pedagogía monacal, una vez superadas la lectura y la escritura, normalmente por el método alfabético, se basaba en la enseñanza del trívium (gramática, retórica y dialéctica) y del cuadrivio (aritmética, música, geometría y astronomía). Esta fue también la educación alto medieval, impartida desde las escuelas monásticas, catedralicias y las primeras universidades. En y desde ellas “correspondían” Alcuino de York, Rábano Mauro, Erico de Auxerre y Notker Balbulus para elevar el prestigio de sus abadías, que fue tanto como para atraer alumnos de lugares lejanos y que seguramente enviaron cartas y más cartas a sus familiares, amigos y colegas del ancho mundo, evadiendo la censura (tal vez) de Bernardo de Claraval.
Fue así como la vida universitaria bajomedieval comenzó a proliferar en casi toda la Europa Occidental (a partir de 1150), y se convertiría gradualmente en el ámbito natural de la especulación intelectual; en franca superación —hay que decirlo— de las escuelas monásticas. Allí se estableció un modelo de enseñanza superior que se prolongó en el tiempo, determinando la estructura y funcionamiento de las universidades de la época moderna y contemporánea. Unas confesionales, otras protestantes, una del poder, otras contra el poder y con policía propia. Floración en Italia, España, Francia, Inglaterra. En varias ciudades, Bolonia, Roma, Salerno, Montpellier, Oxford, Cambridge, Palencia, Salamanca, Coímbra, Lisboa, Padua, Nápoles, Valladolid, Alcalá de Henares, París, Aviñón, Lérida, Orleans, Praga, Huesca, Cracovia, Viena, Pest, Heidelberg, Colonia, Lovaina, Basilea, Upsala, Marburgo, Königsberg, Jena, Lausana, Ginebra, Leiden, Göttingen, Halle, Edimburgo.
Entre 1200 y 1400, fueron fundadas en Europa 52 universidades, 29 de ellas erigidas por papas. Universidades ecuménicas llenas de jóvenes de diferentes países, unidos por el latín y el griego, pero también escribiendo cartas a sus familiares, amigos y colegas en el incipiente idioma de cada nación en formación.
Por obra y mérito del ingenio de Erasmo de Róterdam, el siglo XVI va a recuperar la preceptiva epistolar clásica, adaptándolo a las necesidades de la nueva sociedad del Renacimiento. El diligente Erasmo compuso cientos de epístolas. Tantas, que pudo teorizar casi que de manera definitiva la teoría epistolar humanística en lo privado (siguiendo a Cicerón) y en lo público. Con una recomendación: permitir el conocimiento del “ethos” del autor. Naturalmente, con brevedad en el buen lenguaje y sin afectación en lo privado. Pero con altura, profundidad y sapiencia en lo público.
De la manera expuesta, durante el siglo XVI se escribieron abundantes epístolas en prosa y en verso, en gracia al afán comunicativo y abierto que tenían ambos géneros. También por afinidad con los ideales antropocéntricos de sociabilidad y estética renacentistas. Ciertamente, el humanismo renacentista transformó la epístola en el género literario que iniciaría lo “ensayístico” a través de un estilo formal, de alcances didácticos o moralistas. Un vuelco dado por Petrarca al escribir cartas imaginarias a escritores paganos de la Antigüedad (Cicerón) y cristianos (San Agustín) para sentirse acompañado por ellos. Es que la subjetividad del antropocentrismo clamaba por el desahogo personal mediante el recurso a la carta con fines exutorios.
Ahora —desde México— Hernán Cortés enviaba cartas de carácter informativo que transmitían los sucesos, riquezas y avatares del Nuevo Mundo; estas cartas de navegación sobre un universo desconocido serían piezas clave para la Conquista de América. También desde la soledad del convento, Teresa de Jesús le escribía cartas de amor al Cristo.
En el siglo XVII aumentó el recurso al empleo de diferentes tipos de cartas. Sobre todo, las de orden y tenor ensayístico y erudito, yendo de las satíricas a las políticas. Así mismo, en medio de las guerras de religión papas expansivos y monarcas ibidem envían cartas y más cartas, bulas y más bulas, decretos reales y más decretos reales a los bandos respectivos. Arde Europa y las cartas son fuelle que atiza cristianamente el fuego.
En el siglo XVIII el género epistolar se vio reforzado por nuevos géneros concretos, pero siempre tomando como punto de inicio las recomendaciones de Marco Tulio Cicerón. Destacan las cartas narratorias; comendatorias; petitorias; de quejas; de acción de gracias; exhortatorias; consolatorias; jocosas; excusatorias; y, dedicatorias de obra. Simultáneamente, la novela epistolar pasa a ser género muy cultivado. Da la partida, nada menos que las Cartas Persas de Montesquieu, donde se vehiculan los ideales de la Ilustración. Choderlos de Laclos condena el libertinismo a través de Las amistades peligrosas. Voltaire escribe cientos de cartas a toda Europa, exaltando la Razón y condenando el dogma. Locke “carteándose” con Montesquieu, Rousseau. El intercambio intelectual.
Durante el siglo XVIII aumentaron los puestos de reunión social, tales como cafés, clubes, academias, tertulias, salones y logias masónicas que fueron lugares alternativos donde la gente podía leer, aprender e intercambiar ideas. En Inglaterra, los cafés se convirtieron en espacios públicos donde se discutían ideas políticas, filosóficas y científicas. El primer café en Gran Bretaña se estableció en Oxford en 1650 y el número de cafés se expandió alrededor de Oxford. En Paris en el “Procopio” Voltaire y cía. Continuaban abrevando temas para nuevas obras, artículos de la Enciclopedia y los “corresponsales”.
Ciertamente, el siglo XVIII fue el Siglo de las Luces, y de las cartas: un siglo Epistolar. Guy Augé (QEPD), mi recordado profesor de Filosofía del derecho en la Facultad de Derecho de París II (Panthéon), en 1972 llevaba 20 años estudiando los apenas 20 tomos de la Correspondencia de Hugo Grocio. Un par de intelectuales, para nada perezosos.
El siglo XIX daría continuación a una abundante correspondencia sobre las ideas de los Derechos del hombre y del Ciudadano, con frecuencia de contenido social y político. También de contenido científico con Pasteur, los Curie, Lavoisier, Bernard, Cuvier, Lamarck. O, literario, con Hugo, Flaubert, Verne, Balzac, Baudelaire, Proust, los Dumas y muchos más.
Contribuyó a esta nueva visión de lo académico, la Universidad Napoleónica, destinada a formar los profesionales que necesitaba el Estado-nación burocrático de una Francia napoleónica. Una universidad “profesionalizante” de corte también imperial, creadora de una nueva sociedad francesa laica, universal (Condorcet) pero que tuvo que luchar para no dejarse regimentar en la crítica. El mundo universitario jamás ha podido sufrir que lo práctico sea aherrojado por la “utilidad”. Napoleón y Fouché podían hasta decomisar las cartas de estudiantes y profesores, pero jamás la mente de todos ellos, herederos de la Academia y el Liceo.
La llamada Estructura epistolar, quedó establecida sobre bases firmes y con un plan: Introducción; primera parte (de carácter teórico-doctrinal); segunda parte (exhortación moral) y conclusión. Bajo una serie de requisitos de fecha, lugar de ubicación del emisor, saludo inicial, despedida final, firma. Desde este momento, la correspondencia devino en científica, siguiendo el ejemplo de las cartas de Arquímedes, y fue tanta la fruición por el género que surgieron los llamados Epistolarios o Colecciones de correspondencias por autores, corresponsales, temas o fechas.
Hoy en día la principal característica del género epistolar es que su estructura está basada en cartas o correspondencia de algún tipo donde también sirven los correos electrónicos e incluso los mensajes de móvil. El móvil o celular, el perezoso lugar donde los emoticones han reemplazado a la inteligencia creadora del género epistolar…😡