Autor: Orlando Solano Bárcenas
COMBATIR EL DISCURSO DE ODIO, UN IMPERATIVO UNIVERSAL
En colaboración con la Oficina de las Naciones Unidas para la Prevención del Genocidio y la
Responsabilidad de Proteger (OSAPG), la UNESCO ha publicado una guía destinada a combatir el
discurso de odio mediante la educación. Este documento presenta recomendaciones prácticas para
fortalecer los sistemas educativos, con el objetivo de frenar la propagación del odio, tanto en el entorno
digital como en el mundo físico. La clave radica en utilizar la educación para combatir esta plaga, creando
entornos de aprendizaje seguros y respetuosos que fomenten sociedades más inclusivas, libres de
sentimientos tan destructivos y perversos. A través de estrategias que aborden las teorías conspirativas
y la desinformación, se busca reducir o eliminar ideas excluyentes y violentas que afectan tanto la vida
personal como la convivencia social. La universidad colombiana tiene la responsabilidad de aplicar
las recomendaciones de textos tan significativos para la paz tanto a nivel nacional como global. Misión
Jurídica se enorgullece de unirse a este importante esfuerzo.
El odio puede ser fruto de la enemistad
El odio a menudo nace de una relación contraria a la amistad, marcada por la aversión —no
necesariamente mutua—, que se manifiesta en agresiones verbales, intimidación, ataques físicos y el
deseo de “amargarle la vida” al otro. Este sentimiento puede surgir por motivos económicos, ideológicos
o por simples diferencias de opinión, e incluso por envidia, decepción o el rechazo que genera el
resentimiento.
El odio puede desatar la agresividad
El odio puede activar patrones intensos de conducta que desembocan en peleas, riñas, agresiones
físicas, provocaciones verbales y otros gestos que ofenden y generan respuestas igualmente hostiles.
Estas reacciones pueden ser impulsadas tanto por factores innatos, como trastornos hereditarios,
neurosis, ansiedad o desequilibrios emocionales, como por influencias adquiridas a través de la
educación y la cultura. La agresividad, como sabemos, puede conducir a comportamientos delictivos
(daño físico a las víctimas, a sus bienes o al entorno) o autodestructivos (culpa, vergüenza, frustración,
suicidio o autolesiones).
El discurso de odio trae la exclusión
El discurso de odio atenta contra los derechos humanos fundamentales. No solo amenaza la dignidad
de las personas, sino que también incita a la violencia, la hostilidad y la discriminación. Por ello, es crucial
proteger la libertad de expresión, promover el respeto mutuo y fomentar un sentimiento compartido de
humanidad que engrandezca a la especie humana. Este esfuerzo debe incluir sensibilizar a los jóvenes
estudiantes sobre las formas contemporáneas de discriminación y violencia. En consecuencia, se debe
promover una ciudadanía activa, culta, tolerante y respetuosa de los derechos humanos y de la libertad
de expresión.
El discurso de odio como instrumento de discriminación de ideologías extremas
En este contexto, resulta esencial fortalecer los sistemas educativos para combatir el discurso
de odio, un problema profundo que ha perdurado a lo largo de los siglos y que ha alcanzado nuevos
niveles de atención a nivel internacional debido a su expansión en el ámbito digital y al creciente auge
del populismo. Esta realidad dolorosa viola tanto los derechos humanos individuales como colectivos
y socava la cohesión social, incitando a la violencia y a la discriminación. El discurso de odio se
convierte en una arma letal en manos de los extremistas de cualquier ideología, que se regodean en la
discriminación, la exclusión y el daño que causan a aquellos que, desde una posición identitaria, son
percibidos como “diferentes”, “menores”, “despreciables” o “desechables”. Las ideologías violentas y
extremas solo instigan crímenes atroces, masacres y genocidios.
El discurso de odio aborrece
Odiar es sinónimo de abominar, aborrecer, detestar, execrar, reprobar, maldecir, despreciar, no
poder ver al otro sin que nos cause repulsión. Es considerar al otro como alguien que no merece
nuestra devoción, al que no podemos amar, querer, estimar o confraternizar. Como consecuencia, nos
convertimos en personas antipáticas, odiosas, despreciativas hacia ese “otro”.
El discurso de odio vehicula antivalores
El odio es la antipatía o aversión hacia algo o alguien, un sentimiento tan intenso que genera un
deseo vehemente de hacerle daño a la persona objeto de nuestra inquina. Se alimenta de hostilidad,
resentimiento, rencor, enemistad y rechazo, hasta convertirse en un impulso destructivo. Los
sentimientos de odio son malsanos, perversos y representan una manifestación de antivalores, negando,
cuando menos, la amistad y la convivencia pacífica. El odio genera repulsión, disgusto y el deseo de
destruir o evitar lo que nos incomoda, nos exaspera y nos genera malestar.
El discurso de odio puede conducir a lo prohibido penalmente
El odio no es un sentimiento inocuo, sino que acarrea consecuencias destructivas y peligrosas. Puede
llevar a agresiones físicas, psicológicas o verbales contra la persona que se percibe como “enemiga”.
Cuando el odio cruza la línea de lo que es penalmente prohibido, se convierte en un delito que afecta a
grupos sociales específicos, de acuerdo con características reconocidas y tipificadas por la ley. Ejemplos
de estos delitos incluyen el racismo, la misoginia, la violencia de género, el feminicidio, la homofobia, la
xenofobia, el etnocentrismo y la intolerancia religiosa, entre otros.
Los crímenes y acciones de odio han sido castigados desde los primeros textos religiosos
Los crímenes de odio más graves se caracterizan por la intolerancia y discriminación con las que
son cometidos. Estos crímenes suelen ser denominados “crímenes de guerra”, ya que están basados en
amenazas, acoso o daño físico hacia un individuo o grupo específico, pero sus consecuencias afectan
gravemente a la sociedad en su conjunto, de forma escandalosa y destructiva. Por esta razón, han sido
severamente penalizados a través de textos internacionales con jurisdicción universal.
Este fenómeno remonta sus raíces a la aparición de la palabra “odio” en las lenguas indoeuropeas, y
su recepción en el latín con el término odium, que se refiere a un antivalor. Ejemplos de odio primigenio
se encuentran en relatos bíblicos como la conducta de Caín contra Abel, la enemistad de Jacob hacia
Esaú, y la violencia entre sus descendientes, todos momentos trágicos donde no hubo ni un atisbo de
amor al prójimo, ese “próximo” cercano, con quien convivimos, pero al que no logramos reconciliar.
Como se lee en Mateo 5:22: “Pero yo os digo que cualquiera que se enoje contra su hermano será
culpable de juicio”. Es un hecho cierto que las éticas de casi todas las religiones censuran y castigan el
odio que se convierte en criminalidad o sacrilegio.
El discurso de odio que trasciende lo social causa mayor daño e intranquilidad
El odio es un sentimiento intenso de repulsión hacia alguien o algo, que provoca en nosotros el
deseo de rechazar o eliminar a aquello que nos genera disgusto, severa antipatía, profunda aversión o
enemistad. Este odio se basa en resentimientos hacia la persona objeto de nuestra inquina, justificados
con mentiras, falacias y trampas emocionales, motivadas por el rencor, la envidia, el trauma o el
desafecto. Estas actitudes son irracionales, perversas, negativas e injustificables tanto a nivel individual
como social, pues buscan romper el equilibrio emocional propio y perturbar la paz colectiva a través del
escándalo y el daño al grupo.
El discurso de odio suele desencadenar reacciones de ira incontrolables
El odio, cuando se convierte en emoción, es una mala emoción que se hace aún más censurable
cuando se vuelve duradera o de alta intensidad. Este sentimiento no conoce límites y se exterioriza
en acciones destructivas, guiadas por la ira, la pasión malsana, el miedo injustificado y la rabia
incontrolable. El odio se convierte en la conciencia de que algo está mal, de que algo debe ser destruido
o aniquilado, prolongando este deseo de eliminar el mal y al causante del sufrimiento. En el estado de
ira asociado con el odio, el sujeto desea destruir la causa o al causante de su infelicidad, llevando a la
deshumanización del otro y justificando la venganza como un acto necesario.
El discurso de odio conduce con frecuencia a poner etiquetas identitarias
El odio, en su núcleo, busca petrificar al ser odiado, negarlo, difuminarlo o incluso hacerlo estallar.
Esto se logra cuando se coloca a la persona en un estado de indefensión y se le asigna una etiqueta
identitaria: “Tú no eres como yo; tú no eres parte de mi grupo; tú no eres nada”. Esta cosificación del
otro permite justificar cualquier acto de violencia o discriminación, visto como un acto de autodefensa.
El odio se justifica bajo la premisa de que el “otro” ha causado un daño profundo a la vida, los ideales y la
seguridad del individuo, por lo que se considera merecedor de ser eliminado.
El discurso de odio se procura con “justificaciones” que tranquilicen al odiador
Una vez “probado” el odio, el odiador pasa a la acción: comete el crimen de odio, motivado por
prejuicios que desatan ataques físicos, destrucción de propiedad, intimidación, acoso, abuso verbal,
insultos y actos de violencia. Estos actos suelen estar motivados por la percepción de que el “otro”
pertenece a un grupo diferente: no es de mi raza, género, religión, orientación sexual, etnia o nacionalidad.
Al despreciar al otro, el odiador lo convierte en “carga”, lo despoja de su humanidad y lo etiqueta para
justificar la agresión. El derecho internacional público y humanitario ha elevado la incitación al odio a
una categoría que, en algunos casos, es imprescriptible, aunque obliga a los sancionadores a distinguir
entre la motivación y la intención del acto.
El discurso de odio prolifera en situaciones de conflicto
El conflicto es una situación en la que dos o más personas o grupos, con intereses contrapuestos,
entran en confrontación y buscan dañar o eliminar a la parte rival. En estos contextos, el crimen de odio
suele proliferar, exacerbado por las tensiones y la polarización que lo acompañan.
El discurso de odio establece graves marginaciones
Los actos de discriminación son aquellos que vulneran los derechos humanos fundamentales de una
persona o grupo, negándoles el disfrute de sus derechos en condiciones de igualdad. La discriminación
por motivos de raza, género, orientación sexual, religión o discapacidad debilita la cohesión social y
pone en peligro la vida de las personas. Con frecuencia, está motivada por el odio que margina, segrega
y rechaza a los “otros”.
El discurso de odio puede caer en la misantropía
La misantropía es el odio hacia la humanidad, hacia el comportamiento humano, o incluso hacia
la propia naturaleza humana, que se percibe como la causa de defectos y males. En este contexto, la
humanidad es vista como cruel, egoísta, irracional y destructiva. El odio hacia la humanidad en su
conjunto ha originado crímenes atroces, como genocidios, guerras y destrucción masiva.
El discurso de odio puede llegar hasta el misoteísmo, que menosprecia hasta los propios dioses
El odio hacia Dios (o los dioses) se manifiesta en el desprecio hacia lo divino, llegando en
ocasiones a equipararlos con los demonios, por considerarlos responsables del sufrimiento
humano. Esta visión puede llevar a la persecución de fieles y grupos religiosos, lo cual constituye
un delito punible.
El discurso de odio misógino suele ir acompañado de sentimientos de aversión hacia el género
femenino
La misoginia es el odio, desprecio o menosprecio hacia las mujeres, y se expresa a través
de actitudes y comportamientos que las denigran, las rechazan y las someten a violencia. Este
sentimiento, alimentado por prejuicios sexistas, se instala en las sociedades patriarcales que
perpetúan la opresión de las mujeres.
El discurso de odio misándrico ve al hombre como enemigo
La misandria es el odio hacia los hombres, que se manifiesta en prejuicios y actitudes que
denigran y atacan a los varones, considerándolos opresores y responsables de las injusticias
hacia las mujeres. Esta ideología, al igual que la misoginia, es igualmente destructiva y contraria a
la igualdad y la convivencia pacífica.
Los grupos de odio suelen ser muy variados
Existen numerosos grupos sociales que defienden y practican el odio hacia diferentes
sectores de la sociedad, ya sea por razones raciales, religiosas, de género o ideológicas. Estos
grupos promueven la violencia, la animosidad y la hostilidad contra aquellos que perciben como
“diferentes”. Entre estos grupos se encuentran los supremacistas blancos, los neonazis, los
nacionalistas extremos, los anti-gubernamentales, los antisemitas, entre otros. Suelen cometer
delitos motivados por prejuicios, como homicidios, asaltos, violencia sexual, vandalismo y
ataques contra el gobierno y las instituciones.
El discurso de odio: características
El discurso de odio se refiere a cualquier tipo de comunicación, ya sea oral, escrita o incluso
gestual, que ataca a un grupo o individuo en función de su religión, etnia, raza, género u otras
características inherentes. Las Naciones Unidas han desarrollado una Estrategia y Plan de Acción
global para abordar este problema, definiendo el discurso de odio como “cualquier comunicación
que ataca a una persona o grupo en función de lo que son, basándose en su identidad”.
El derecho internacional trabaja para proteger los derechos humanos y el principio de no
discriminación, pero también reconoce que el discurso de odio debe ser enfrentado de manera
eficaz sin menoscabar la libertad de expresión. La educación es una herramienta clave para
fortalecer los sistemas educativos y crear entornos inclusivos que respeten la diversidad y los
derechos humanos, preparando a las futuras generaciones para una convivencia pacífica.
Como lo expresó el secretario general de la ONU, António Guterres: “Debemos hacer frente
a la intolerancia trabajando para atajar el odio que se extiende como un reguero de pólvora por
Internet”. A lo que agregamos: y por la vida cotidiana de aquellos que siembran odio, pues como
dijo Albert Einstein: “El odio habita solo en los necios”.